¿Inteligencia emocional o unidad de la conducta?
Hola a tod@s
Hoy me gustaría
hablaros sobre la inteligencia emocional. Es el concepto que pretende definir un
área de trabajo profesional en boca de pedagogos, psicopedagogos, psicólogos,
maestro, profesores, etc. donde se pretende concretar la habilidad que las
personas (niños o adultos) puedan tener para percibir, comprender y regular las
propias emociones, como también las de los demás. Como yo lo veo, en este
concepto o criterio tenemos una unión de la inteligencia con las emociones. La
inteligencia como una de las capacidades o facultades de nuestras funciones
mentales, y por otra parte, la emociones como reacciones psico-fisiológicas que
representan modos de adaptación a los estímulos que entran dentro nuestro por
los cinco sentidos al percibir un objeto o una persona, suceso etc. Por tanto, la inteligencia emocional se define
como un ingenio conceptual y de la experiencia del ser vivo que guía nuestra forma de pensar y de comportarnos hacia una
plena estabilidad emocional.
Actualmente, un
autor relevante en este campo científico es representado por Daniel Goleman, un
profesional que viene del ámbito de la psicología, cuyas teorías se fueron
construyendo con autores que le precedieron en este campo de investigación (del
comportamiento humano), como fueron: David Wechsler (Psicólogo), Howard Gardner
(Psicólogo), Wayne Payne (Filósofo), Stanley Greenspan (Psiquiatra), Peter
Salovey (Psicólogo Social), donde nos dice que las emociones tienen un gran
poder o influjo sobre la mente pensante, causa frecuente de conflicto entre las emociones y la
razón. En este conflicto desatado en
todo ser humano, hay bastantes explicaciones científicas, como las que se
presentan desde el área de trabajo de la neurobiología. Aquí, desde esta
corriente de pensamiento nos explican que hay una región más primitiva del
cerebro que es muy anterior al cerebro pensante, el neocórtex, y que ambas
instancias encefálicas conviven una con otra funcionalmente independiente y sin
fusionarse, y nos siempre desde un dialogo avenido a bien. También podemos
encontrar explicaciones filosóficas, sociológicas o psicológicas, muchos con un
sentido metafórico donde podemos figurar la capacidad que tienen las emociones
para motivarnos, para controlar nuestros impulsos, para regular nuestros
propios estados de ánimo, para contener nuestras angustias que bloquean
nuestras facultades racionales, etc. Es más, la habilidad para confiar y
empatizar con los demás, de tomar consciencia de nuestras emociones,
comprender, tolerar en nosotros y en los demás todo tipo de emociones, son de
una gran importancia para nuestro desarrollo y evolución personal. Daniel
Goleman nos describe la habilidad que es esta « inteligencia emocional » como
un factor determinante en el desarrollo personal del ser humano a través de la
conciencia de uno mismo, la autorregulación de su ser en pensamiento y afecto,
la motivación por ser en bienestar y felicidad, la empatía para comprender y
ser afables, y las habilidades sociales para colaborar con nuestros semejantes
y sufragar todas las empresas que cimientan nuestro mundo humano en términos de
cultura y sociedad.
Aquí ya querría
empezar a disertar sobre lo que propiamente entiendo de lo que es objeto de
estudio y aplicación en este concepto muy popularizado sobre la inteligencia emocional,
que a mi entender es el desarrollo personal, integral y humano. Por mi parte, esta
integridad fue buscada por pensadores
tan remotos como los antiguos filósofos griegos, también encontramos
ejemplos de esta tendencia en los escolásticos de la época medieval, los
antiguos pedagogos de las universidades medievales, en el plano empírico o
filosófico, etc. y no sólo desde sentido
más normal de una vida existencial ideal, sino también cuando la enfermedad conspira
en contra de nuestros procesos vitales, refiriéndome tanto a enfermedades
físicas como mentales, en
la cual se ayudaba a estos enfermos, ya desde esta época medieval, a alcanzar
una vida humana digna e inteligente: «integritas vitae humana scientia et
virtute perficitur». Por tanto, el empeño de alcanzar la salus humana, la
definían como una integridad armónica y equilibrada naturalmente, esto es: integritas
corporis et temperancia naturae. Así,
tenemos una la idea del hombre como un ser que se perfila más desde lo
espiritual que de lo corporal, que ha de soportar o sufrir su frágil condición
humana y perecedera. Por tanto, desde mi perspectiva de la psicología profunda −aunque también incluyo las teorías
cognitivo conductuales que predisponen el comportamiento humano− el matiz que quiero introducir es en
donde lo integro se convierta en integral, en el sentido de buscar la unidad de
la persona o individuo. Por ello no veo como la facultad de la inteligencia
pueda unirse, por causa o por correlación,
a las emociones, y sí que lo entendería mejor desde una colaboración, un
auxilio, una asistencia de un concepto: La Inteligencia Emocional,
que quiere mejorar nuestra calidad de vida.
Por tanto, en esta problemática que
es el hombre para sí mismo, podemos experimentar la unidad y la continuidad de
nuestra vida, entendiendo lo uno y lo múltiple de la complejidad de nuestra
interioridad, de nuestro comportamiento, etc. Efectivamente, voy a hablar del
ser humano de dentro, no del de fuera, ya que el concepto “ser” señala lo
interno, muchas veces complejo otras disgregante de la unidad de la persona, o
de su ser integral o integro, y al que podemos acoplar, si se quiere, su comportamiento.
Y esta idea la cumpliré, como ya comenté en otro artículo, desde la visión sintética de espíritu y
materia en una unidad a la vez constitutiva y dinámica. Dicho de otra forma,
entender la complejidad del ser
humano es para mí una idea unitaria de la persona. También tendremos en cuenta
la sociabilidad de la persona, no como
unas “habilidades sociales” a instaurar, o como un rasgo distintivo a conseguir
desde la inteligencia emocional, sino como aquel ámbito en que las personas
desarrollamos nuestra racionalidad de manera plena. Racionalidad en el sentido
aristotélico que es el modo propio y específico de la biología humana y
específicamente lo que buscaremos, grosso
modo, es comprender la naturaleza
humana completa, en la integración de la racionalidad con la biología humana.
En este sentido filosófico-psicológico, y en muy resumidas cuentas, la
inteligencia formaría parte de esta racionalidad y las emociones formarían
parte de esa biología.
Por motivos de espacio, dejaremos a
un lado las complicadas explicaciones filosóficas de las capacidades de
inmanencia y trascendencia del ser humano. Brevemente, diremos que en sustancia
tenemos la capacidad de conservar en sí los resultados de nuestra propia
actividad existencial, por otra parte, complementamos con ingenio o perspicacia
la producción de acciones que superan esa propia actividad. Por ejemplo, la
conservación de nuestra propia constitución material viviente, como la nutrición,
el crecimiento, la reproducción. Por otra parte, nuestras capacidades de asimilar, conservar y
elaborar lo que nos rodea, y esto es importante, sin alterar nuestra propia
estructura corpórea, son capacidades netamente humanas (de esta manera creamos
nuestro mundo social y cultural). Esta última es lo que los filósofos llaman «
experiencia », y en este grado de vida, (en la experiencia: que es nuestra
capacidad de trascender), aparece el conocimiento como perfección vital. Por
tanto, si de la capacidad de inmanencia poseemos la vida desde dentro de nuestro
ser viviente, ahora podemos decir que «conocer» es el modo de vivir y de ser de
los individuos capaces de experiencia. Por eso, los seres cognoscitivos son
capaces de inmanencia y trascendencia porque podemos apropiarnos de las
realidades que nos circundan a un nivel íntimo y profundo, esto es, interno: conociéndolas
o representándolas. Este es un grado de vida que los filósofos llamaron «
sensible », porque nuestra relación con los objetos no es meramente física,
tampoco es emocional, sino de tipo inmaterial, de tipo sensible. Podemos situar
aún a un mayor nivel de vida, de máxima inmanencia y trascendencia, y a un
nivel mucho más profundo y arraigado que en la vida sensible, a la vida
intelectual. Ésta también es una capacidad de apropiarnos de otras realidades
que no sean nosotros mismos, alcanzando la esencia misma de las cosas, y con
ello lo que éstas son de manera más radical.
A su vez, la función intelectiva se
encuentra en correlación con la actividad tendencial o apetitiva. No lo
confundamos con el concepto de « instinto », sino « tendencia ». La tendencia, que
es propia del ser humano, se representa como si fuera una emoción flexible, no
cerrada (como lo es el instinto), y que puede ser modulada por instancias
superiores como la inteligencia o la voluntad, o ambas dos. Más aún, la
tendencia posee movimiento, el movimiento tendencial es eso que nos impulsa
hacia una actividad, haciéndonos salir de sí y prorrumpir hacia lo real. Hay tendencias naturales
(autoconservación, procesos físicos-químicos, la atracción de distintos
elementos a nivel molecular, etc.), y hay tendencias cognoscitivas, que surgen
a partir de las representaciones de las cosas, dependiendo del conocimiento
sensible e intelectual que tengamos, muy diferentes para niños que para adultos.
Aquí encontraremos todo el ámbito de los deseos y de los impulsos del ser
viviente.
Resumiendo, la vida vegetativa es
propia de las plantas, la vida sensible es propia de los animales, y la vida
racional o intelectiva es propia del ser humano, aunque poseemos todas los
grados de vida, pero se dan de manera acumulativa, en el sentido de que el
grado de vida intelectual que disfrutamos se apoya sobre el sensible, y éste a
su vez, sobre el vegetativo, y todos se dan en distintas funciones unos con
otros, convenida mente o armonizadamente desde la cooperación y la interacción
proporcionándonos bienestar y salud. De este modo, encontramos en el ser humano
funciones vegetativas, sensibles e intelectuales. Estamos hablando de una
unidad en el ser viviente encauzadas hacia su unidad, y de manera integral
(holística, completadamente).
En este sentido amplio, se da un
fenómeno de homeostasis entre las funciones vitales inferiores y superiores, y
en vista de la conservación del organismo para su propia estabilidad global
(papel importante que juegan las funciones del plano sensorial, los cinco
sentidos), y es como estamos diciendo: que existe un trabajo en equipo mediante
la interacción del conocimiento y las
tendencias junto con las necesidades vitales. Un ejemplo de lo que estamos
diciendo se verifica muy relevantemente en el ciclo vigilia-sueño donde se
aúnan el plano vegetativo con el sensorial. En el plano intelectual también se
da esta homeostasis, que es hallar la armonía entre nuestra conducta y nuestros
fines. Es una adaptación interactiva donde interacciona el conocimiento
intelectual de sus fines y la toma de decisiones ¡Pensad en los grandes
sistemas filosóficos, morales y éticos que han surgido antes y después de
Cristo!, justamente para hallar en los hábitos positivos o virtudes la precisa
armonización de nuestra unidad viviente.
Repetimos, en este equilibrio global,
las funciones vitales se encuentran
articuladas en su conjunto de tal manera que las funciones vitales
inferiores soportan a las superiores, y las funciones vitales superiores
requieren de las inferiores.
Por tanto, podemos pensar que conocer
no es una función meramente física o
material (que se hace sólo con los sentidos externos), sino inmanente (los
conceptos de inmanencia y trascendencia vale la pena repasarlos por el lector).
También entendemos que la capacidad cognitiva no llegaría a la realidad
material sin nuestros sentidos (los órganos, como los ojos, el tacto, el encéfalo,
etc.), ni nuestros sentidos podrían interpretar cualquier información sin la
capacidad cognoscitiva.
Vamos por etapas:
·
El
primer momento del proceso cognoscitivo lo hallaremos en la estimulación física
del órgano.
·
Un
segundo momento consistirá en la interpretación por parte de la facultad
cognoscitiva, de la alteración física de su órgano. Aunque ya no será de un
modo físico, sino que se dice de un modo inmaterial. Porque la facultad cognoscitiva se hace cargo de
esas propiedades que fueron estimuladas en el órgano. Es decir, conocer no es
ser afectado pasivamente, sino recibir, en la propia actividad, la forma de lo
conocido. Es una acción vital.
Por tanto, y con lo dicho,
descubrimos una correlación o una reciprocidad, si se prefiere, entre las
propiedades físicas de las cosas, la constitución biológica de los órganos
sensoriales y la actividad cognoscitiva de las facultades. Por ello, todo ser
viviente organiza su conducta según su propio conocimiento, y a su manera y con
su propia idiosincrasia, y como haya podido desde sus facultades y sus medios,
sin sentar en las verdades universales, sino de manera subjetiva o accidental,
aunque con la suficiente capacidad de supervivencia o longevidad en la vida que
dicha información o conocimiento brinda al sujeto en acción. Y en parte esto es
así porque « la realidad » se da de manera
unitaria, pero nuestros sentidos externos e internos alcanzan aspectos
particulares de la realidad, y quizás “necesitan” descomponerla para hacerse
cargo de la/su “realidad” con mayúsculas en una acción conjunta de varios o de
todos los sentidos. Pero a esto no hemos de darle más vueltas, es lo que hay y
¡así estamos equipados sensorialmente!
Nos parece
bastante obvio entender el funcionamiento de los sentidos externos, siempre se
ha hablado de ellos, y como dijimos son los que reciben la información
inmediata de la realidad con mayúsculas. Pero hay también unos sentidos internos a los que nos hemos referimos
sin mucha precisión como facultades cognoscitivas, aunque éstos son bastantes
desconocidos por muchos de nosotros y desde muchas corrientes de pensamiento, y
será aquí donde me gustaría extenderme.
Los sentidos
internos de los que hablamos son cuatro:
1.
Sentido común. Son de los sentidos de tipo
Formales y Captadores.
2
Imaginación. Son de los sentidos de tipo
Formales y Conservadores.
3
Estimativa. Son de los sentidos de tipo
Intencionales y Captadores.
4
Memoria. Son de los sentidos de tipo
Intencionales y Conservadores
La gran “ventaja” de los sentidos internos es que nos
proporciona nuestro conocimiento de las cosas en su ausencia, en cuanto que son
previsibles, recordadas o asociadas unas con otras. Hay distintos niveles de
interiorización, y distintos grados de inmaterialidad. Esta sensibilidad
interna elabora los datos de los sentidos internos para adquirir una
información que permita una conducta compleja, estratégica o sostenible. Cuanto
más profundizamos en esta experiencia interna, el conocimiento se hace más
interno y unitario. Por tanto, los sentidos internos cumplen dos funciones
generales muy importantes: Por una parte integran la experiencia captada por
los sentidos externos, que como hemos dicho, lo realizan de manera múltiple y
disgregada; de otra, hacen explicita la información recibida a un nivel mucho
más significativo desde una síntesis sensorial con los criterios representativo-descriptivo
o valorativo-práctico de la realidad conocida (nos referimos a las funciones o
desempeños de los cuatro sentidos internos que hemos descrito más arriba). Brevemente,
y sin ánimo de extendernos y aumentar el tamaño de este ensayo, aclarar que el sentido común que poseigamos se hace cargo sin confusión de la multiplicidad de sensaciones captadas por
nuestros sentidos externos. También reconoce la conexión entre ellas y su
referencia a una realidad unitaria, muchas veces ideal o idealizada… dependerá.
Por último, nuestro sentido común es consciente del ejercicio de nuestras
propias operaciones sensibles externas.
Volvemos a recordar que los sentidos externos captan per accidens (como se decía en la época
medieval), y la esencia o la sustancialidad de una realidad es menester de la
inteligencia. La inteligencia, en el sentido clásico del concepto, precisa de
una actividad sensible (de sus sentidos internos) para conocer (a un objeto, a
una persona, etc.) tanto la sustancia o su esencia como la causalidad o el nexo,
o la asociación (por si es sólo una agrupación de sucesos) entre eventos que
nos llevan a conocer la “realidad” que queremos entender. Pues bien, la unificación y la conexión de los fenómenos percibidos corresponden a
nuestro sentido común. Por ello,
citando a los escolásticos de la época
medieval, no podemos conocer per se una realidad sino per accidens (de manera derivada e indirecta). Esto es muy
importante de tenerlo en cuenta a la hora de comprender un concepto fundamental
en psicoterapia (psicodinámica) como es la consigna terapéutica de ponerse a
pensar.
El papel de la imaginación es un proceso que lleva a cabo la conservación de
las cosas captadas por el sentido común, una vez que el sentido común unifica
la experiencia externa, captando la unidad real de las formas en y de la
percepción. La labor de la imaginación, sucintamente, es establecer una
conexión más estable y más amplia de estas formas captadas “de la realidad”,
ofreciendo un grado de inmaterialidad e inmanencia mucho más superior, porque
lo conocido ¡no es simplemente percibido!, sino establemente conservado. Se
establece la unidad de las cosas reales, y además su estabilidad y permanencia
de su ser. Aún esta cualidad de la inteligencia descubre no lo general sino lo
universal de las “realidades” percibidas, porque las formas conservadas por la
imaginación (imágenes) son generales,
las formas captadas y conservadas por la inteligencia (conceptos) son
universales.
Por tanto, el pensamiento racional no puede relegar de la
actividad imaginativa, ni del sentido común, por ello decimos que el sueño, el “trabajo”
de soñar, no capta datos conservándolos fielmente y tal cual, sino que los re-elabora
en una forma unificada espaciotemporal con el nombre de « imagen » o «fantasma»
(Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica),
lo que luego en nuestra época contemporánea se descubrió como los procesos de
condensación y desplazamiento del sueño, dándole un apostura irracional a este
proceso. Pero como forma elaborada por la imaginación, la imagen es una
síntesis espacio-temporal de la experiencia externa, pero es representativa, no
considera las implicaciones prácticas de la realidad conocida. Serán las
capacidades estimativa y memoria las que completen esta experiencia interna
abierta a la guía y al orden de “la inteligencia” con mayúsculas.
Pero ya adelantamos lo que trataré en
el epílogo de este articulo, es que todo lo dicho hasta ahora se cumple sino
hay trastornos mentales.
Continuamos pues. Hemos acabado de
definir dos aspectos de los sentidos internos, a saber: el sentido común y la
imaginación. A los aspectos comportamentales y de pensamiento que implican la
acción del sujeto pertenecen al ámbito de los valores (conveniencia, nocividad,
peligro, bueno, malo, etc.) que percibidos por los sentidos internos de lo
estimativo y de de la memoria nos llevan a los procesos internos intencionales,
en cuanto descubren conexiones de condiciones y sus consecuencias. Entonces, y
ya para cerrar esta explicación de nuestros sentidos internos, para luego abrir
paso a lo emocional y el papel que juega para nosotros, llegamos al sentido estimativo-cogitativo.
Facultad sensible que comprende el
carácter final de la realidad percibida, para que esta realidad pueda ser
identificada universalmente, sacándonos del plano concreto y sensible. Desde la
facultad estimativa podemos captar la conveniencia o la nocividad de una
realidad material y concreta (tanto una cosa como una persona). Este conjunto
de conocimientos son captados por la facultad estimativa y conservados por la facultad de la memoria,
donde se organizan progresivamente en lo que desde la Época Medieval (la Escolástica)
se llamó experiencia. Así pues, las
funciones de la facultad estimativa han de ser para captar valores, orientar la
acción y adquirir experiencia. Es en este punto de la ecuación humana donde lo emocional cobra sentido, porque la
conexión de esta facultad con la acción pasa
necesariamente a través de las emociones. A la sazón, se establece un circuito entre conocimiento
descriptivo, conocimiento práctico, acción y atracción emotiva. También la memoria,
a la que nos ocuparemos en breve, tiene una relación directa con la emoción.
Porque si en toda emoción hay una valoración previa de tipo de la atracción o
simpatía, del rechazo, del miedo, etc., también encontramos en lo emocional una
conexión con experiencias previas, precisamente almacenadas en la memoria, y
por tanto integradas en una experiencia mas compleja, que es la experiencia que
se conserva vivida por el sujeto. La memoria
es el sentido interno intencional de lo pasado (la estimativa lo es del
futuro). Las facultades estimativas y
de memoria por ser intencionales tienen un carácter emocional en cuanto mueven
a la acción con respecto a los valores percibidos. Con todo, facultades y
emoción, inteligencia y emoción, sirve como punto de partida para la actividad
intelectual. La actividad intelectual lleva a una síntesis o una suma global de
la experiencia de todo ser viviente. De alguna manera, lo conocido descriptivamente
es acogido en la interioridad de la persona, la cual está configurada tanto
psíquica como orgánicamente. En resumidas cuentas, la memoria tiene una
especial importancia en la dinámica atencional, en la medida en que selecciona
los objetos interesantes o valiosos de la experiencia, e informa la actividad
emotiva, la cual conduce eventualmente a la acción. Entonces, las emociones nos
mueven a la acción desde este conocimiento mas alto que nos da las facultades
de la memoria y la estimativa, que se junta o se une a una dinámica tendencial, que por ser tendencia es diferente al de los
animales que llamamos instinto, porque en nosotros es mucho más flexible admitiendo
la modulación de la inteligencia y de la voluntad a través de los hábitos, por ello hablamos de dinámicas tendenciales
que no de instinto.
En medio de este proceso de lo
sensible a lo intelectual hallaremos a las emociones o a las reacciones
emotivas. Si ya desde la época de Aristóteles se habla de que es necesario que
las emociones sean modeladas por los hábitos de conducta, buenas practicas
comportamentales, e indirectamente estas conductas que sean modeladas por la
voluntad, es porque necesitamos influir sobre nuestro conocimiento, que se
conseguirá a través de la atención. La
atención, por ende, reduce el exceso informativo, el caos de los estímulos,
da orden o equilibrio de estos procesos existenciales necesarios para llevar
nuestra vida en el ser. Repetimos que la atención consigue bien evitando una
distracción o reforzando la focalización en una información cualesquiera
suscitar interés (imaginemos el aburrimiento cuantas complicaciones hace en
nosotros); esto es: prestando atención. El conocimiento debe pasar a través de
las emociones, porque para llegar a la acción la actividad cognoscitiva ha de
orientarse a la estabilidad, por ello es tan importante hacer los que nos
gusta, aprender divertidamente, hacernos con la materia, controlar un tema, ser
buenos profesionales, etc. el tan susodicho libre albedrío humano (no sólo
estamos para pecar, ¿¡o qué!?).
Por fin llegamos a la emoción. Hemos asociado la emoción
con la acción, hemos hecho una distinción entre conocimiento, desde los
sentidos externos pasando por los sentidos internos en conjunto con la facultad
de la inteligencia, concurriendo todos estos procesos con el fenómeno
tendencial, que como hemos dicho, no es instinto en el ser humano, sino que es
esa actividad que va desde el sujeto hacia las cosas, en cuanto que éste sale
de sí hacia lo real o la “realidad”. Más precisamente, la tendencia es esa respuesta emocional humana flexible, por el
hecho de que puede ser modulada por instancias superiores (inteligencia,
voluntad) a través de disposiciones o preparativos habituales.
Dentro del concepto de
tendencia, podemos diferenciar estos tipos siguientes:
- Podemos tener tendencias naturales, sin que haya un previo conocimiento, como lo son las tendencias a la autoconservación, los diferentes tropismos, los procesos físico-químicos, la atracción de diferentes elementos a nivel molecular… etc.,
- Podemos tener tendencias cognoscitivas que dependen del conocimiento a nivel sensible e intelectual, como pueden ser nuestros deseos y nuestros impulsos.
Las emociones se colocarían
justo en la esfera de las tendencias
sensibles o naturales. Ahora podemos recordar a Platón y su modelo
tripartito de la mente cuando decía que se componía de un aspecto apetitivo,
otro irascible y otro racional, no podemos estar más de acuerdo. Es en el
aspecto irascible donde los pensadores antiguos situaban la excitabilidad de la
emoción.
Proseguimos. El ámbito afectivo o emotivo descubre una realidad compleja donde entran en juego conocimiento y tendencia,
alteración fisiológica y expresión simbólica (lenguaje, gestos, conducta…),
dicho de otro modo: la realidad conocida de forma práctica, la reacción
tendencial hacia dicho conocimiento (siendo este el factor más específico
de las emociones), y los cambios fisiológicos que ésta comporta en razón
de su carácter sensible y por tener nosotros un cuerpo impresionable, etc.
A su vez las emociones se dividen en:
·
Deseos
o tendencias desiderativas
·
Impulsos o tendencias agresivas.
Los primeros se refieren a aquellas realidades de valor en
cuanto objeto de posesión, los segundos, son reacciones que se dirigen a
superar un obstáculo. Amén de lo dicho, los deseos en sentido general se refieren
a una realidad sensible captada como valiosa, pero no en cuanto a fin sino en
cuanto medio o instrumento para llegar a otra. Así pues, si el deseo tiene que
ver con lo conveniente o inconveniente (como por ejemplo en el amor u odio,
placer o repugnancia, deseo o rechazo), el impulso tendrá que ver con lo arduo
o lo difícil (como por ejemplo esperanza o desesperanza, audacia o temor, la
ira) para alcanzar esa realidad en su comprensión o su intolerancia.
Una vez tenidas estas
consideraciones, volvamos a nuestras emociones,
para continuar diciendo que en éstas se pueden establecer en varios niveles, de acuerdo con su profundidad en la experiencia
del viviente, considerándose al menos cuatro estratos emotivos:
·
Dolor
« placer (sentimientos sensibles)
·
Miedo,
expectación, admiración, vergüenza, angustia… (sentimientos del organismo)
·
Tristeza,
alegría, melancolía… (sentimientos psíquicos)
·
Felicidad,
desesperación, paz, serenidad… (sentimientos espirituales)
Desde las investigaciones psicológicas sobre la estructura de
personalidad (Departamento de Psicología Básica, Psicología Experimental…),
podemos añadir otro criterio que atañe al aspecto relacional de las emociones,
hablando de emociones de convivencia como:
·
La
simpatía « la antipatía
·
La
estima « el desprecio
·
El
respeto « la burla
·
La
compasión « la indiferencia
·
….
Como hemos dicho, y a modo de
sumario, las emociones se dividen en deseos o tendencias desiderativas e
impulsos o tendencias agresivas. Los deseos se refieren a las realidades
sensibles como fines, por ejemplo, un sabor que causa agrado. En cambio, los
impulsos se refieren a las realidades como medios, y éstos tienen un carácter
instrumental con respecto a los deseos, pero los deseos tienen carácter final
con respecto a los impulsos. Por ello se pensó que los impulsos requieren de
una mayor elaboración cognoscitiva, estructurada como una interconexión de
medios y fines, requiriendo una mayor elaboración de valores, como: crear
estrategias, prolongar la respuesta de un comportamiento, inhibición de una
conducta, etc. (¡fijaros que con esto qué será lo que podríamos pensar sobre el
TDAH!). Por ello, la tendencia agresiva (ira, rabia, violencia, sus primas
menores: impulso, ímpetu, acicate, excitación, ansiedad, inquietud…) es un
factor discriminante del hombre, o propio o privativo de éste, que como hemos
dicho, requiere de una mayor organización de conexiones entre medios y fines.
Resumiendo, hemos definido los
aspectos de la emoción desde tres elementos principales: En su base, se pone en marcha un conocimiento valorativo
sensible; en segundo lugar arranca un impulso tendencial hacia la acción
(motivado por dicho conocimiento); y en tercer lugar se produce unos efectos
fisiológicos que comportan este movimiento. Por consiguiente, las emociones se colocan como en una suerte
de bisagra o mediación entre el
conocimiento y la acción, tanto si este conocimiento viene del exterior como
del interior de uno mismo.
Por tanto, al contrario de
lo que se cree (“¡qué guerra que nos dan!”), los fenómenos emotivos
(emocionales) se orientan precisamente en vista del equilibrio homeostático en
relación con el medio y los demás individuos, y uno mismo, y no como
desequilibrios psicológicos o físicos. ¡Ea, aquí esta lo inteligente de este
tema!
De esta misma guisa, toda teoría que
comprenda las reacciones emocionales habrá de constituir de manera integra
todos estos aspectos que hemos citado, y no como meros efectos de una causa física. Tal es el caso de
las Teorías Cognitivas-Conductuales de primera, segunda o tercera generación, donde
no contemplan nada parecido de lo que hemos descrito como « sentidos internos »,
como por ejemplo la teoría conductista puramente fisiológica de James-Lange.
Por supuesto, como ya habíamos
adelantado antes, y desde nuestro ensayo, todas estas teorías sobre la emoción han sido
contrastadas anatómicamente por la neurobiología, pues ante estas reacciones
emotivas entran en juego nuestro sistema nerviosos autónomo (o vegetativo),
necesario para valorar la información del contenido valorativo, que junto con
la participación del sistema nerviosos central
(corteza cerebral, sistema límbico) dan apoyo a esta red de respuesta
emocional humana.
Pasando a otro campo de acción, pero
siguiendo en nuestra tesis de la emoción, describiremos los aspectos
psicológicos de ésta, y porqué no, sus aspectos pedagógicos, para así entender
un poco más su cualidad mediadora
entre nuestras facultades intelectuales y nuestra acción o trabajo que
ejecutamos a diario en nuestra vida profesional, estudiantil, amorosa, etc.
Dijimos que esta mediación se realiza en dos planos: en el plano psicológico
como actividad tendencial entre conocimiento y acción, y en el plano orgánico,
entre la actividad motora y el conocimiento (decision making). Porque esta toma
de decisión ocurres desde una emoción que prepara previamente a la persona
a tomar una decisión, como por ejemplo, cuando un amante se prepara a
manifestar sus intenciones a su amada.
Entonces, si hay alguna inteligencia
emocional (o muchas inteligencias), la
hemos definido bajo ciertas matizaciones correspondientes a una facultad
y a una impresión, siempre en una circularidad en auto-feedback, en donde añadiremos una tercera articulación: la voluntad, ya que
ninguno de estos procesos prorrumpen en una unión ya expedita mente-cuerpo.
En primer lugar, los sentidos internos valorativos, y a un
nivel superior, la inteligencia práctica captan valores (nos conviene/no nos
conviene, es bueno/es malo) par “ver” si vale la pena ser hecho. A esta captación corresponde a una respuesta
de los deseos sensibles y de la voluntad, que se sienten atraídos hacia esos
valores. En segundo término, el sujeto considera con su inteligencia (práctica,
empíricamente, lo que hemos aprendido por la experiencia) el modo de realizar
esos valores, lo cual planifica un conjunto de medios para alcanzarlos (poner
dinero, estudiar o limpiar la casa). A este conocimiento puede seguir la
aprobación de la voluntad. Finalmente, seleccionamos intelectualmente (con
nuestra inteligencia práctica) el medio más adecuado para realizar el fin
expresado que hemos considerado para mejor, y esta selección puede seguir la
elección por parte de la voluntad. Acabáramos con nuestro juicio prudencial
(reconocer el modo concreto de aplicar lo elegido) y con la convicción, nuestra
voluntad (esfuerzo, carácter) ejecuta la acción a través de las capacidades
motoras de nuestro organismo. Pero repetimos, la inteligencia emocional la hemos descrito como una circularidad
entre una facultad y una impresión (excitación, sentimiento…), porque no es un proceso automático y unificado
a-priori en nuestro ser, sino que es modulado por las emociones. Por ello, las emociones pueden influir
tanto en el conocimiento como en la tendencia, y entiéndase que cuando hablo de "influir" me refiero a cooperar, a colaborar en una especie de diálogo, de un "toma y daca" (tit for tat en inglés) más que dispongan de una autoridad superior. Desde el conocimiento las
emociones miran por el reconocimiento de ciertos bienes, como también la
determinación de los medios para realizarlos. Desde la tendencia
(particularmente de la voluntad), las emociones pueden influir:
1. En el consenso respecto a la
deliberación intelectual
2. En la elección respecto a la
preferencia de la inteligencia
3. En la ejecución del juicio prudencial
Entonces, este empuje que vemos en la emoción y que nos hace
mover a la acción comportamental o conductual puede ocurrir de manera
contraria. Esto es, que tanto la inteligencia como la voluntad podrán influir
sobre las emociones, pero no de manera directa, sino a través de sus propias
disposiciones como son sus hábitos, los hábitos de la inteligencia y los
hábitos de la voluntad. ¿Qué queremos decir con esto?
Estamos hablando de una especie de hábitos emocionales, que por una redundancia de la acción en la
emoción por crear una energía que es la que “envuelve” a nuestra acción, mejor
dicho, la energía empleada en la acción envuelve también a la emoción,
reforzando así su actividad. Y por otra parte,
por una concentración de la atención cognoscitiva provoca reacciones emotivas ulteriores, como
por ejemplo cuando el conocimiento se orienta hacia objetos determinados.
Y aquí hemos terminado nuestra exposición sobre lo que nos
parece la inteligencia emocional. En mi opinión, y para ser objetivo en el
estudio de las emociones, tendremos que unir (de manera integral si se quiere)
junto a una metodología empírica unas explicaciones causales o casuísticas,
esto es, una explicación naturalista de las emociones ligado con el conjunto de
la conducta humana (tanto en niños como en adultos), o incorporar la
epistemología de la ciencia experimental (anatomía, fisiología) junto con la
neurociencia, la psicología, la antropología y la sociología.
Pero el punto donde queríamos llegar
de cómo, cuándo y dónde se da toda esta integración exterior-interior de manera
inmanente y trascendente en nuestro interior fracasa en las enfermedades mentales. En un blog como éste de psicología clínica y psicoterapia, como no,
no podía faltar esta perspectiva filosófica-psicológica que podríamos entender metafóricamente como la
unidad perdida de la persona.
Porque las relaciones entre el funcionamiento mental y funcionamiento biológico están implicados el uno con el otro. Por tanto, el problema de las relaciones cuerpo-mente no estaría limitado al problema de la relación entre pensamiento y cerebro, ni con el progreso de la psiquiatría llamada biología, sino que hay algo más.
La unidad es condición de
posibilidad del perfeccionamiento
humano, pero no es inexpugnable, y el conflicto insidioso (como dijimos al comienzo de nuestro artículo) está al "asecho".
Por que las enfermedades mentales (o trastornos mentales)
implican una ruptura de esta unidad que hemos descrito en este articulo,
ruptura de la unidad de la conducta personal, tanto en niños como en mayores.
Por tanto, por nuestras propias fuerzas ¡no podemos hacer milagros!
Como hemos dicho, esta unidad se da en tres planos
existenciales:
1.
Orgánico
2.
Sensible
3.
Racional
Todos estos niveles de actividades vitales se apoyan unos en otros y se superan unos a otros. Es justamente en
esta función de sustentación, de líena de flotación, donde puede darse una grieta en la unidad (fracaso
escolar, el paro, mala alimentación, falta de sueño, desamor… etc.). Sabemos
que en los muchos y distintos cuadros de enfermedades mentales podemos señalar
las que son orgánicas y aquellas propiamente cognitivo-afectivas.
Aquí, ya terminamos nuestra
exposición, dejaremos para otro momento y otro artículo la articulación del
enfermar humano desde esta bisagra que fue explicar las emociones y sus
vicisitudes.
Hasta pronto.
David Norberto Gascón Razé.
Psicólogo en Madrid
Tel: 636 55 45 62
Email: dnd.gascon@cop.es
Página Web: http://www.psicologaenmadridarganzuela.com
Psicólogo en Madrid
Tel: 636 55 45 62
Email: dnd.gascon@cop.es
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