Un niño muy inteligente, y la niña también ...





De nuevo, ¡hola a tod@s!

Hoy me gustaría hablaros de los cuentos infantiles. Hay muchos y de casi todos los temas y dimensiones que podamos imaginar. La imaginación es sin duda una cualidad mental en donde participa la inteligencia. Muchos de estos cuentos transcurren en el ambiente familiar, otros en el contexto escolar, en la ciudad, en el pueblo, en el bosque o en la naturaleza.

Contar cuentos para los niños es y ha sido siempre un ingenio social muy útil que les ayuda a entender, superar o desarrollar sus dudas, miedos o a avanzar su maduración psicoafectiva además de otras cualidades positivas para su evolución, también porque todos los niños necesitan ayuda. Por tanto leer cuentos es para los niños una orientación psicopedagógica muy importante. El valor del cuento (o de sus primos hermanos los Cuentos de Hadas) en nuestra sociedad está muy estimado y es así  desde hace mucho tiempo, casi diría yo desde la Época Medieval que es cuando comienzan a adquirir la forma que tienen ahora. Desde entonces a los cuentos se les reconoce la capacidad para brindar eficazmente equilibrio en la salud emocional de nuestros niños. El niñ@ adquiere el juicio emocional que necesita para convertirse en un ser humano maduro a través de los cuentos. En mi opinión, los cuentos son una parte importante de lo que hoy se conoce como «educación emocional»; y que, muchas veces va en paralelo a la educación  formativa y disciplinar que las escuelas imparten a través de los libros.

Hoy voy a comentar la primera parte o el primer capítulo del cuento escrito por Antoine de Saint-Exupéry, El Principito.
Fundamentalmente este cuento trata de resolver un problema. Este conflicto a resolver si no se soluciona puede generar un problema emocional y el niño se verá afectado gravemente en su capacidad para aprender, y funcionar de una manera favorable y en el peor de los casos su conducta se volverá  hostil[1]. 
Este cuento comienza con la evaluación de un niño de corta edad (seis o siete años aproximadamente) que lee un libro que se desarrolla en un bosque. En este bosque se encuentra con unos animales. El niño concretamente centra su atención en una boa y en un elefante siendo el elefante engullido por el reptil.   Al mostrar el dibujo a las personas mayores, éstos lo interpretan de manera diferente a la suya y ven en su dibujo «un sombrero». El niño se pone a reflexionar porque los adultos han visto en su dibujo un sombrero si la imagen dibujada es la de una boa durmiendo su digestión la cual tendría que asustar mucho. Entonces el niño decide dibujar otra vez a la serpiente en su proceso de digestión y espera que esta vez los adultos se asusten más que la anterior vez. Los adultos no se asustan tampoco esta vez, y le regañan para que deje a un lado esas fantasías y se ponga a leer los libros del colegio («geografía, historia, cálculo y gramática»… le dijo su mamá). Pero los niños son niños y continúa fantaseando con sus libros de colegio. Entonces el niño se hace piloto de aviones para pasear por la geografía del mundo; y aprende a hablar y a razonar, porque «su oficio de dibujante» no le llevaba a ninguna parte con los adultos porque «no pueden comprender nada por sí solos», y «es agotador darles siempre explicaciones». Suponemos que el niño se siente triste porque «no tiene a nadie con quien hablar verdaderamente» y decide tomar la iniciativa y descubrir por sí mismo lo que el mundo le ofrece. Hasta aquí el primer capítulo del cuento. 
El niño queda impresionado (no sabemos con qué intensidad), y al cabo de un tiempo decide dibujar ese acontecimiento.

 A partir de aquí comienza el cuento con aventuras en veintisiete capítulos, ciento trece páginas aproximadamente contando aventuras en muchos planetas de la Galaxia y de la Tierra. Experiencias de un niño que con su fantasía e imaginación descubre el mundo y su mundo interior. Podríamos pensar en general que las fantasías son una satisfacción de la imaginación, son divertidas y nos alejan del aburrimiento. Nos podemos transformar en grandes, poderosos, inteligentes o los más queridos, pero también las fantasías podrían ser como un parque natural donde todo puede crecer y desplegarse a su voluntad tanto las bondades del desarrollo como el miedo terrorífico. 

En todo cuento hay algo de miedo pudiendo haber bestias terroríficas, brujas crueles o monstruos que persiguen sin tregua. Los cuentos quieren ayudar a los niños a superar sus miedos aunque estos miedos se aborden desde el terreno de la fantasía o desde una narración simulada. ¿Cuántos de nosotros habremos tenido miedo a ser devorados?
Desgraciadamente estos sentimientos de aprensión o espanto pueden verse reforzados tanto por la incapacidad del niño en fijar límites como por una excesiva represión de los afectos o por un desequilibrio en las relaciones familiares. Si asoman pesadillas en sus sueños podría representar la intensidad del carácter destructivo de su mundo interior y de los sentimientos o pensamientos que allí habitan (los monstruos de los sueños que hemos señalado).

En definitiva, estamos reflexionando entorno a la vulnerabilidad de los niños y de las peligrosas consecuencias de su pensamiento mágico sin restricciones. Por ello me parece que los cuentos tienen una función de protección que les ayuda a comprender desde sus posibilidades intelectuales. Los cuentos son suficientemente accesibles para ayudar a los niños a comprender sus miedos, que por el contrario podrían intensificarse mucho más. Porque la imaginación de los niños es muy abundante y muy característico de su primera infancia, y escucharles para comprender con ellos sus dudas es una labor no sólo terapéutica, sino también familiar.


David Norberto Gascón Razé. Psicólogo en Madrid  
Tel: 636 55 45 62 
Email: dnd.gascon@cop.es
Página Web: http://www.psicologaenmadridarganzuela.com


[1] En mi anterior artículo sobre la película “Del Revés”, señalamos brevemente el papel de la ira o el miedo cuando toman control en la crisis emocional de la protagonista, Riley. Una crisis que le viene al mudarse a una nueva ciudad y porque también se hacía mayor.

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