Violencia Doméstica
De
nuevo, ¡hola a tod@s!
Hoy me gustaría hablaros de la violencia doméstica. Este
término hace referencia a la institución familiar, que a su vez hace referencia
al derecho de familia que las leyes protegen, tanto si vienen del derecho civil
como si vienen del derecho canónico, todos los códigos jurisprudenciales lo
incluyen y lo valoran. En estas leyes se inscriben unas normas que nos orientan
moral y éticamente en el buen trato con las personas, en este caso, también
vale para la familia doméstica.
El fondo sensible de esta trama es que la familia es nuestro
grupo de pertenencia original, porque ya sabemos que la violencia se expone de
igual manera en el fútbol, en las noticias diarias de periódicos y televisión,
etc. y en las guerras por todo el planeta. Por tanto, es donde crecemos en un primer momento, es donde nos cultivamos, donde pillamos nuestros primeros brotes de vida.
Si digo que la violencia tiene un fondo sensible, reitero lo dicho, es porque en principio y por ley la familia
es ese lugar donde se vive y convive, cuya tarea fundamental sería favorecer el
crecimiento de cada una de las personas del grupo familiar. Esto es cierto
tanto para los mayores y los niños en la familia, y muy especialmente para
éstos últimos muy sensibles por su vulnerabilidad innata, y también por caer
víctima de la agresión del adulto, por lo menos potencialmente. Pero estas crueldades no sólo circulan desde
los adultos a los niños, también se dan entre los compañeros de la misma edad,
en los ritos de iniciación entre adolescentes, las crueldades del maestro, etc.
y en el grupo familiar entre los hermanos o primos. Es un peligro que tanto el
niño como el adulto se expongan dentro de la familia desde una forma de daño físico
y moral, tanto si es instrumentalmente (golpeando) como si es psicológicamente
(discusiones, imposiciones, manipulaciones, cisura de la libertad).
Hay una distinción importante que se hace en la literatura forense
entre el “niño descuidado”, porque le falta cuidados físicos y el “niño
maltratado”. En este contexto se despliega dentro del grupo familiar (padres o hermanos
mayores) una especie de brutalidad que les hacen sufrir psicológicamente quedando
marcado en carne y en espíritu. Muchas veces estos malos tratos se racionalizan
con muchas y diferentes teorizaciones, la más común considera que la actitud de
esos familiares es educativa, o por el diálogo, o por consecuencia de una
“autoridad indispensable”, otras veces por ignorancia, o porque es el lenguaje por el que sabemos conducirnos, ¡y ya esta!. En nuestra opinión científica, hay unos perfiles en estos
familiares de inmadurez, impulsividad o dependencia (nos referimos al apego
inseguro)…, etc. y otros temas de psicopatología que no mencionaré por
discreción, en donde confluyen otros trastornos psicológicos unida a la propia
historia de padres o hermanos mayores, causas también desde el contexto social y cultural del momento de la vivencia traumática, y a un
modelo específico de educación. Por ejemplo, la exigencia, la falta de
consideración, la distorsión de la realidad, todos estos tecnicismos explican
al profesional lo que en psicología educacional se dice como una actitud
educativa rígida, rigurosa y punitiva.
¿Qué ocurre en la familia cuando todos tienen capacidad para
el diálogo? Padres, hijos, nueras, suegras están en el foro familiar litigando
por deseos, proyectos, compromisos laborales… y un largo etc. todo esto muchas
veces sustentado por cuestiones de poder o de genero o porque hay esa
idiosincrasia familiar de tipo querulante, agresiva, mordaz con excesiva
rivalidad, competitividad entre los miembros del “clan” y el uso excesivo ha
antojo de las pasiones como la envidia y la soberbia, la avaricia o la gula... desplegadas sin limite ni
reflexión. Quizás porque el pensar y el sentir pertenece al campo de lo
inobservable. Al final, la mayoría de las personas tenemos más miedo a otro ser
humano que a ningún otra cosa.
Por tanto, tenemos una estructura que es la familia, una
institución, con su correspondiente Ministerio, y tenemos a las personas. Esta
es una ecuación que se nos antoja desigual, y si sospechamos esta discrepancia
como la hay entre un adulto y un niño es porque se nos viene a la memoria el
«principio de subsidiaridad»[1] en donde
se dice que un individuo puede desarrollar su potencial humano estando integrado
en la sociedad, en la familia. Es más, este principio dice también que lo que puede hacer un individuo por sí
mismo y por sus propias fuerzas no debe ser suplantado por una instancia
superior (refiriéndose a una institución). Más bien es de la instancia superior
actuar de modo secundario (subsidiario) allí donde el individuo o las
instituciones pequeñas se vean superadas por sus tareas. Esto lo comprobamos
claramente desde las relaciones padres e hijos o hermanos mayores y hermanos
pequeños, que siempre han de ser de respeto. Entonces, hay una jerarquía, un
arriba y un abajo, pero no hay un abuso de poder, y por aquí es donde la
hendidura de la violencia doméstica se inscribe en la mayoría de los casos.
David
Norberto Gascón Razé. Psicólogo en Madrid
Tel: 636 55 45 62
Email: dnd.gascon@cop.es
Página Web: http://www.psicologaenmadridarganzuela.com
Email: dnd.gascon@cop.es
Página Web: http://www.psicologaenmadridarganzuela.com
[1]
Este concepto lo había estudiado en Psicología Social, pero viene de la Doctrina Social de la Iglesia, Código de Derecho Canónico, canones: 1883-1885. En Catecismo de la Iglesia Católica.
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